"CELEBRACIÓN Y RÉQUIEM", POR RUTH VILAR


SOBRE "CORPUS" DE XAVIER BOBÉS
ESCENARIOS




No son sólo palabras, las palabras. No son sólo sonido articulado que expresa un sentido compartible, sino odres que albergan emoción, memoria, sensación y misterio. ¡Qué pobre comprensión la nuestra cuando en ellas no oímos nada más que su literalidad! Tampoco son sólo objetos los objetos, meros gestos los gestos, silencios los silencios. ¿Por qué nos cuesta tanto percibirlo? ¿Acaso todos ellos han perdido su compleja riqueza, su densidad intrínseca, su completud? ¿O nos hemos acostumbrado a resbalar por la capa más superficial y vertiginosa de nosotros mismos, y ya apenas les prestamos atención a los prodigios sencillos?
Esa es la clase de maravillas que Xavier Bobés invoca en Corpus, su espectáculo más reciente. En él despliega un trabajo meticuloso, delicado y desnudo, que sorprende y conmueve sin el menor efectismo. La obra se estrenó y representó durante cuatro días en L'Auditori de Barcelona, del 20 al 23 de febrero, puede verse del 1 al 5 de julio en los Teatros del Canal de Madrid. Ambas instituciones han coproducido Corpus, un montaje híbrido en el que Xavier Bobés armoniza y funde su teatro de gesto y objetos con las piezas escultóricas de Gerard Mas y la música de cámara, escogida e interpretada por la violoncelista Frances Bartlett. El espacio Azala (Lasierra, Álava) y L'animal a l'esquena (Celrà, Girona), centros de creación en entornos rurales, acogieron en sendas residencias artísticas la gestación de este espectáculo henchido de bosque.
Todo empieza desde antes de entrar en la sala. Cada elemento está pensado para crear una atmósfera de intimidad y escucha entre los intérpretes y el espectador. Este, despojado a la entrada de su teléfono móvil, persistente interferencia y cordón umbilical que lo encadena al mundanal trasiego, queda en silencio. Toma asiento y el reducidísimo aforo no lo disuelve en una colectividad, sino que le preserva su condición de persona. Hay además una estrecha proximidad entre su butaca y el espacio escénico. ¿Cómo podría mantenerse impermeable, distante, ajeno? En esa dulce e inquietante espera que precede al inicio del espectáculo, presiente que la obra que está a punto de representarse allí le está destinada a él. Que lo que va a tener lugar en ese espacio y ese tiempo compartidos sucederá de veras.
Y eso que da comienzo es un ritual. Actor e instrumentista ejecutan cada acción con precisión y aplomo reverenciales, sin vanas florituras ni afán de impresionar. Mana y discurre la función como lo haría el agua, con esa leve inexorabilidad que la transforma en arroyuelo y luego en río. Desavisado, mecido por esa corriente que parecía mansa, es probable que el espectador se halle al cabo de poco a la deriva de sí mismo. Ese balanceo en suspensión puede resultarle sumamente revelador y gozoso, como cuenta Jean-Jacques Rousseau que le sucedía cuando «me escabullía e iba a meterme solo en una barca que guiaba hasta el centro del lago cuando el agua estaba en calma, y allí, tendiéndome a lo largo de la barca con los ojos vueltos hacia el cielo, me dejaba ir y derivar lentamente a gusto del agua, a veces durante varias horas, sumido en mil ensoñaciones confusas pero deliciosas, y sin tener un objetivo bien preciso ni constante, no dejaba de ser para mi gusto cien veces preferible a todo cuanto yo había encontrado de más dulce en eso que se llama los placeres de la vida» (Las ensoñaciones del paseante solitario, trad. Mauro Armiño). Mas la visión inesperada del fondo fangoso bien podría aturdirle y marearle. O quizá convivan y se alternen en su ánimo ambas pasiones y entre ellas se debata. Aun en el caso de que el espectador no acabase sumergiéndose de lleno en la corriente, le sería dado contemplar desde la orilla esa belleza silenciosa y cambiante.
Corpus es una contemplación trascendente que resiste y se opone al espíritu de nuestra época. Mientras a nuestro alrededor campan e imperan el cientificismo, el racionalismo y el utilitarismo extremistas, obstinados en negar la grandeza milagrosa de la vida, Corpus la celebra. Es un poema mudo en tonalidad menor, que toma el cuerpo como punto de partida y a través de él viaja. Por el vacío. Por la naturaleza. Por una fragmentación caleidoscópica. Por el modo en que entramos en contacto con el mundo exterior y lo modificamos y él nos modifica. Por la realización física de quiénes somos interiormente. Por el anhelo. También por la pérdida, la decepción y la irrecusable decrepitud: Corpus es, a la vez, celebración y réquiem.
La obra de Xavier Bobés nos acerca con sumo cuidado al brocal del pozo del alma y nos invita a asomarnos en él. Lo hace sin empellones ni cinismo, con la dulce firmeza de lo auténtico. En su trabajo late una verdad íntima que se manifiesta en la coherencia de todas las partes: atmósfera, intención, acción, música, objetos. Su interpretación tiene una sinceridad sobria y valiente que roza la transparencia. Sorprendente, exquisito, evocador, emotivo, inteligente, capaz de transportarnos en el tiempo, viaje interior, experiencia inolvidable: éstas son algunas de las palabras con que la crítica de distintos países ha elogiado su anterior espectáculo en solitario. Se trata de Cosas que se olvidan fácilmente (Mercat de les Flors, Festival GREC, Barcelona, 2015), teatro de la memoria personal y colectiva a partir de objetos cotidianos, que Bobés ha representado en más de mil funciones para cinco espectadores. Además, en el intervalo que separa ambos montajes, ha creado con Shaday Larios y Jomi Oligor la agencia de detectives de objetos El Solar. Juntos han estrenado tres casos: Primer Álbum (Festival Temporada Alta, Girona, 2016); Cuaderno de campo (Festival GREC, Barcelona, 2018); y Diario entre líneas (Teatro Die Schaubude, Festival der Dinge de Berlín, 2018). El libro Detectives de objetos de Shaday Larios (La Uña Rota, Segovia, 2019) guarda registro de ellos.
¿Qué hilos unen sus distintos proyectos? La conciencia del tiempo inexorable, transformador, inmenso, y de nuestra modesta capacidad para encontrar o abrir rendijas que lo atraviesen. Cierto animismo, que reconoce y convoca al espíritu dormido en cada cosa aparentemente inerte. La voluntad y la destreza de apresar y expresar lo inefable. El amor, en toda su amplitud, como la razón última y quizá la única. Todos ellos están presentes en Corpus, este espectáculo que concluye mucho después de que se desvanezcan los aplausos. Deja en cada espectador un poso de silencio introspectivo. Un reguero de preguntas sin respuesta, desazones, nostalgias. Y la luz de estar vivos.
Antes de abandonar la sala, un pequeño grupo de asistentes se acerca a Xavier Bobés. Conversan con él como lo harían con alguien muy próximo. Lo conocieron como espectadores de Cosas que se olvidan fácilmente. Todavía les emociona pensar en aquella función. Le agradecen la belleza y la hondura de este nuevo trabajo, tan distinto a aquel y a la vez tan conmovedor. Les ha llegado muy adentro. Después sencillamente se despiden y salen, llevándose consigo algo precioso.