"ALEGRE ALEGRE ALEGRE", POR RUTH VILAR

Un artículo de Ruth Vilar

TRAVESÍAS: La alegría




Hemos abandonado el corazón al vaivén de las corrientes. Confiamos en que sepa nutrirse de las olas cual esponja de mar. Y así es. Cuanto ellas traen consigo invade sus múltiples conductos microscópicos y enseguida retrocede con la resaca. Dentro nos va quedando un poso de salitre, de arena y de minúsculas partículas polimorfas. ¿Qué son?

Depende. Si azulean o grisean, opacas, son pesares. Escuecen. Maldecimos la marea podrida que los arrastró precisamente hasta nosotros. Otras arden cual brasas bermellón: son deseos. Apremian. Nos instan a movernos sin demora. Las hay negras de desesperación, amarillas de bilis, rosáceas de ternura.

Las partículas más codiciadas son unos terroncitos angulosos de color blanco tornasolado: cristales de alegría concentrada. ¡Nos hacen tanta falta provisiones de este género llenando la despensa! ¡Anhelamos montañas de alegría! ¿Por qué no vendrá el agua saturada de trocitos de gozo en suspensión?

Con profusión de gemidos y lamentaciones, le reprochamos al hado nuestra injusta escasez de alegría. Albergamos la certeza, pegajosa como la pez, de que la fuente primordial de la alegría nos es esquiva o rácana. Paradójicamente, exhibimos FELICIDAD FELICIDAD FELICIDAD. Al fin y al cabo, ésta es la era de la alegría: tontotontotonto el que no se ría. Carcajadas con amplificador destapan dientes relucientes que reprimen el impulso orgánico y furioso de morder o rechinar.

Para contrarrestar esa hambre feroz de dicha, nos encomendamos febrilmente a las EXPERIENCIAS. Hemos elevado a dogma el binomio EXPERIENCIAS + FELICIDAD. Más desventurados cuanto más plácida se nos ofrece la vida, a la deriva entre la insatisfacción y el aburrimiento, las EXPERIENCIAS DE FELICIDAD se han convertido en bienes de primera necesidad con que dotar la existencia misma de algún sentido.

Aturdidos y desesperados, nos dejamos agitar ante los ojos sonajeros de metacrilato, baratijas de gozo artificial que (no entendemos por qué) no nos satisfacen. Calorías vacías para el alma. Mientras tanto, estimamos siempre poca la alegría que el mar le trae a nuestro corazón en remojo. O bien nos pasa desapercibida. Hemos ido consumiendo las fuerzas lloriqueando para nuestros adentros. Se nos han desactivado los mecanismos de absorción: la curiosidad y la maravilla. Nada nos interesa, nada nos asombra, nada nos desempolva el amor por la vida.

Hay un remedio cierto. En verdad, haberlos los habrá a miles, pero éste funciona y es el que nos atañe. El teatro. Ese lugar donde la tribu de los desheredados del paraíso de la eterna felicidad están llamados a ver lo que se les ocultaba, a comprender lo que les era ajeno, a emocionarse como jamás creyeron que pudieran. La experiencia teatral transformadora despierta una alegría íntima que no depende de las vicisitudes de la vida. El teatro nos estruja el corazón hasta que lo vacía de restos incrustados. Lo deja abierto al mundo. Atento. Vivo. Alegre alegre alegre. Desbordante de esa alegría que sólo el reconocernos intensamente en otros suscita.