PIECECITOS

De la serie Objetos punzantes

Piezas breves de Ruth Vilar



La MADRE monta claras a punto de nieve. Bate resuelta, sin jamás cansarse. La densa espuma blanca se derrama por los bordes del bol e inunda la cocina. El HIJO flota de pie encima de la catarata de merengue.

MADRE: ¡Tan pequeñitos que eran tus pies entonces! Tiernos y perfumados y con la piel finísima. ¡Míratelos ahora! ¡Dos balsas de maderos! Podrías navegar mar adentro sobre esas dos plantas. O sobre una y remar con la otra. Y ya no me verías nunca más.

HIJO: Podría, pero aquí me tiene, madre. Para lo de los pies hay mal remedio: es que crecí.

MADRE: ¡Y una higa! ¿Crecerme, tú a mí? ¿No te has visto? Aún tan niño... ¡Los pies crecieron! Tú sigues igualito así pasen los siglos.

HIJO: Le digo que crecí. Esta ropa de comunión me aprieta.

MADRE: ¡Si no se te antojasen tantos dulces! Que si un día membrillo, al otro hojuelas, yema, algodón de azúcar, roscones... Hoy, merengue. Y no uno ni dos: el señorito engulle bandejas llenas.

HIJO: A duras penas me las acabo por no hacerle un desprecio. Y en cuanto están vacías, vuelve usted al zafarrancho y otra vez rebosan.

MADRE: No me agradezcas, que por mi niño chico lo haría eternamente. ¡Las veces que haga falta con tal de que no me pases hambre! ¿Y qué te pido a cambio? Bien poca cosa: que mengües esas pezuñas deformes y apestosas, nada más. ¡Yo te quiero niño! ¿Qué te cuesta?

HIJO: ¡Si pudiera! Ya ve, crecen solos. Y no pararán hasta que los escuche. Crecen para que huya de usted.

MADRE: ¿Huir? ¿Adónde? ¡Eso son paparruchas! ¿Quién te iba a hacer flan con nata, mermelada de moras, huesos de santo? Pobrecito mío, ¡ay, cómo te engañan...! ¡Malos, los pies, malos! Trae, que escarmienten.

La MADRE le rebana los pies de un tajo con un inocente cuchillo de cocina. El HIJO se hunde despacio en la clara batida.