GARANTÍA

De la serie Objetos punzantes

Piezas breves de Ruth Vilar



HERMANO MENOR: Compré este cuchillo porque era compacto. ¿Ves qué hoja tan corta y gruesa y afilada? ¿Ves el mango de hueso labrado? Lo compré porque el vendedor me dijo que era un cuchillo sediento de sangre. Para matarte lo compré. Y mentía. El vendedor mentía, porque ahora que te tengo delante y que agarro el cuchillo, él debería cobrar vida y saña y lanzarme contra ti de un modo irresistible. En cambio, estoy hueco. Han dejado de importarme tus agravios, no me pesa tu desprecio ni me hieren tus insultos. 

Y mirarte no espolea mis razones para mancharme las manos de ti. (Ríe.) ¡Qué astuto, el dependiente de la cuchillería! ¡Sediento de sangre! ¿Cómo supo decirme exactamente lo que yo quería oír, y no otra cosa? ¿Cómo adivinó él mi intención absurda y le dio forma con las palabras justas, altisonantes y ridículas? ¡Matarte! 

Ya ves que no me arredra confesártelo: hermano, he querido matarte. Hasta me he armado, mal que bien, para hacerlo. Pero el tacto del hueso y el peso del metal han disipado completamente mi furia. Al llegar frente a ti, ya te había perdonado y te compadecía. Me dabas pena, déjame decírtelo, porque no quiero que en adelante se interponga entre nosotros todo lo que hemos estado callando. ¡Pobre hermano mío! 

Por favor, acepta este cuchillo como prenda de nuestra reconciliación. Tuyo es. Gracias a él hoy has vuelto a nacer, porque ha traído a la Muerte hasta tu casa y luego ha dejado que se fuese. Casi ha sido un milagro. No son tantos los que la Muerte visita y no mata. ¡Celebrémoslo! ¡Un brindis! ¿Dónde guardas los vasos? ¡Un baile! ¿Dónde está el tocadiscos? 

Hermano, ¿no me oyes? No te quedes absorto contemplando el cuchillo. No me acerques al vientre la hoja centelleante. ¡Basta de jueguecitos! Sé demasiado bien que ése no es un cuchillo asesino. Lo he empuñado. No tiene sed de sangre. ¡La mismísima Muerte se ha marchado enseguida porque ha visto que aquí no la aguardaban víctimas! Toma, ponle la funda: fíjate en el cuero repujado y claveteado que hace juego con el mango del cuchillo. Enfúndalo y abrázame. Enfúndalo, primero. 

El HERMANO MENOR se resiste al abrazo, pero acaba cediendo a la fuerza del otro. Cuando al fin se separan, el HERMANO MENOR sangra copiosamente y esboza una sonrisa de comprensión irónica. 

Entonces, no mentía. El vendedor. Tenía sed. Que beba. 


Imagen de Pepa Pertejo