AMOR

De la serie Objetos punzantes

Piezas breves de Ruth Vilar



Día décimo. A la MUJER que corre hacia él; entre risas ambos.

HOMBRE: No me abraces, no. Que he sudado mucho removiendo la tierra. He cavado surcos como túneles: he plantado acelgas en lo alto y he enlucido con barro las paredes de lo hondo, para que así nos sirvan de refugio si acaso llegan noches peligrosas. Se me escurría el mango de la azada de tanto sudar. ¿Por qué serán tan mojado el sudor y tan secas las lágrimas? Vuelvo a casa exhausto. Empapado y maloliente. No me abraces.



Día centésimo. A la MUJER que tiende su mano hacia él; ella sonriente y cuidadosa, él decepcionado.

HOMBRE: No me des la mano. Que las traigo pringosas de aceite y hollín. He sujetado las palancas chirriantes que guían la maquinaria monstruosa: he ensamblado hierro con hierro con hierro, y he desmantelado la paja, la madera y los ladrillos, porque así dicen ellos que debe ser el mundo. En el montón de las piezas desguazadas me he dejado el entusiasmo y la esperanza de erigir algo bueno, nuevo, nuestro. Se me ha pegado el óxido a las suelas. Lo siento ya trepar piernas arriba. Vuelvo a casa metálico y ruinoso. ¡Duelen tanto las uñas! No me estreches la mano.



Día milésimo. A la MUJER que le acerca los labios; ella, afectuosa y mansa; él, reducido a cenizas.

HOMBRE: No me beses los labios ni la frente. Que he dicho palabras indecibles al servicio de otros. Palabras de tiniebla y de ponzoña para que otros conserven impoluta y señorial su lengua. Que he albergado pensamientos aún peores, de lava y de navaja. Para que otros se mueran con la conciencia blanca, caiga sobre la mía toda negrura. Vuelvo a casa ajena: se han adueñado de mi mente y mi voz tantas mentiras que yo ya no soy yo. Vuelvo extraño y extinto. No me beses.



Noche indeterminada. A la MUJER, que duerme a su lado.

HOMBRE: No me abraces, no me des la mano, no me beses. No. Que por ti me agoto, me desgasto, me consumo. Que más que a ti me duele esta muralla de cristal agrietado que he ido interponiendo entre nosotros. Que la he construido por tu bien: para guardarte de este sufrimiento, de esta suciedad, de esta podredumbre. Que a través de ella ya no me llegan tus caricias ni el olor de tu pelo. No te acerques, pero no te alejes. Porque tu amor intacto, que sazona las patatas guisadas, que se sienta a mi lado en silencio y que calienta estas sábanas viejas, vale más para mí que cualquier achuchón o arrumaco. Que es por él –por ti– que sobrevivo.