Neil LaBute: entrevista

Ruth Vilar. Quimera: Revista de literatura,
Nº 306, mayo del 2009, pags. 58-63.

Prácticamente inédito en nuestro país, Neil LaBute no sólo es un popular director y guionista de Hollywood. Ante todo, es un escritor prolífico. Tiene 46 años y sus textos dramáticos se han estrenado ya alrededor del mundo; la prestigiosa editorial británica Faber&Faber ha ido publicándolos religiosamente. De su larga lista de obras, el volumen de relatos Seconds of Pleasure (Momentos de placer. Lumen. Barcelona, 2005) es la única que podemos encontrar en castellano. En los escenarios de Barcelona pudieron verse bash (Excés. TNC, 2003), The Mercy Seat (Zona Zero. Teatre Borràs, 2003), Fat Pig (Gorda. Villarroel, 2006) y The shape of things (La forma de les coses. Teatre Lliure, 2008); un montaje distinto de Fat Pig se estrenó en Madrid (Gorda. Teatro Alcázar, 2006). La escritura de LaBute es accesible y su teatro goza del favor del público; bajo esta aparente simplicidad, él nos propone historias con doble fondo.



La escritura dramática

− ¿Qué lugar considera que ocupa el teatro dentro de la literatura?

− El teatro ocupa su propio espacio maravilloso dentro de la literatura (algo así como un primo bastardo, lo que significa que está en buen lugar). No siempre se piensa en las obras dramáticas en términos de literatura y aun así no cabe duda de que lo son. Leer las obras como textos literarios produce un gran placer. Dicho esto, una pieza dramática no existe realmente hasta que ha sido leída o representada. El valor extra de la obra, su verdadero florecimiento, sólo tiene lugar cuando las palabras se transforman en las necesidades y en los deseos de los diversos personajes y se muestran en el escenario.

− ¿Cuál es la labor del dramaturgo?

− Su labor es hacer preguntas. No saber siempre las respuestas, pero preguntar siempre. Las grandes preguntas y también las pequeñas. Una y otra vez. A partir de aquí, debería entretener al público contándole una historia que lo transporte a un lugar nuevo. También tiene la oportunidad de educar e iluminar; no creo que esto sea obligatorio, simplemente es una opción que puede aprovecharse o no. Un buen texto cumple todas estas funciones; su propia naturaleza las incorpora.

− ¿Por qué escogió escribir teatro? (Por supuesto, a ningún novelista se le preguntaría algo así.)

− No estoy tan seguro de haber escogido escribir teatro. Puede que el teatro me escogiese a mí. Apenas me enseñaron nada sobre teatro en mi infancia y las oportunidades que había en mi juventud eran raquíticas. Sé que mis primeras experiencias (como público y como autor) fueron extremadamente conmovedoras para mí, de esas que te cambian la vida. Sigo haciéndolo sólo porque disfruto, porque siento que lo hago bien y porque en realidad no sé hacer mucho más.

− ¿Cuáles cree que son las principales características o exigencias de la escritura dramática?

− Por lo que a mí respecta, no hay características específicas de la escritura dramática; dependen de ti, ninguna de ellas debe ser respetada. Aparecen espontáneamente cuando estás escribiendo bien, pero uno puede elegir entre crear conflicto o no, entre escribir diálogo o no, etcétera. Cada nueva obra toma vida propia y dicta su forma, sus ritmos, si habrá o no diálogo… El dramaturgo debe escuchar y ayudar a moldear el material como éste exija hasta que la nueva obra exista.

− ¿Son distintas las palabras que se escriben para ser dichas de las que discurren impresas por una página?

− Son sólo palabras escritas, pero escogidas de manera que exista un lenguaje escénico; primero, debe existir en la página (donde podrá ser leído o dicho) y finalmente en el escenario (donde podrá escucharse). En algún punto del proceso tiene lugar la alquimia que hace crecer las palabras de la forma precisa para que puedan ser dichas y se parezcan al habla real. Básicamente, suenan distintas pero parecen reales (a no ser que uno esté usando un tipo concreto de artificiosidad y que ese lenguaje distancie al público de la realidad).

− ¿Qué implica crear personajes de carne y hueso? ¿Utiliza modelos vivos?

− Tengo facilidad para escuchar, eso ayuda. Soy capaz de crear gente que parece real porque escucho cómo hablan y miro qué hacen en la vida real. Eso no significa que me limite a robar la vida de los demás y a subirla al escenario, nunca lo hago. Utilizo mi imaginación para componer nuevos argumentos y personajes sobre el papel, y son una mezcla de verdad, ficción y necesidades técnicas, claro. A veces creas personajes para que hagan aquello que necesitas que hagan y no porque hayas encontrado una razón auténtica para que existan; por eso, a menudo estos personajes apenas se sostienen, son papeles muy secundarios o mecanismos obvios de la trama. Los mejores personajes son aquellos que he dotado con la cantidad indicada de perfil psicológico y para los cuales he creado una realidad precisa. No pueden ser una pieza hablante de mi obra: deben existir porque son necesarios para ese mundo creado.

− ¿Cuándo da por acabada una obra? ¿Sigue corrigiendo durante los ensayos?

− Nunca me parece que una obra esté acabada (la reviso constantemente y hago correcciones para cada nueva producción) pero en un momento dado tengo que parar y entregársela a otros para que la lean y la pongan en escena. Habitualmente, puedo determinar dónde se supone que acaba una obra y, aunque sospeche que público no le va a gustar ese final, ahí es donde me detengo. La corrijo durante los ensayos, las representaciones, cuando vuelve a montarse y otro la dirige (o si la dirijo yo mismo), etcétera. Parte de la belleza del teatro consiste en que te da la posibilidad de asistir a varias versiones del mismo trabajo a lo largo de tu vida y puedes retocar y afinar el texto hasta ajustarlo por completo.

− El hecho de dirigir sus propias obras ¿mejora su comprensión de los mecanismos de la ficción teatral?

− Me ayuda subir una versión de la obra al escenario; siempre tengo varias versiones del texto, en modo alguno definitivas, pero suele haber una que me parece que tiene más sentido y me encanta encontrar la forma de arrancarla de mí y plantarla sobre las tablas. Quizá me costará años, pero querría tener ocasión de dirigir todas mis obras, como mínimo una vez cada una. Ejercer como director te ayuda a entender el proceso y, en consecuencia, a convertirte en un escritor mejor.

− ¿Qué efecto tienen el estreno y el choque con el público en su modo de escribir?

− Casi nunca asisto al estreno, ni ahora ni antes. Creo que son veladas bastante engañosas y no bebo, así que suelen ponerme algo nervioso. En realidad, todos están esperando las primeras críticas y tampoco agradecen que estés allí.

De todos modos, no suelo anteponer al público; valoro más qué quiero decir o crear que sus expectativas (mi ilusión es que, a estas alturas, todo lo que mi público espere de mí sea lo inesperado). No estoy aquí para colmar sus deseos, sino para llevarlos a un lugar en donde nunca hayan estado. Lo único que les pido es que se abrochen los cinturones y se sujeten bien durante el viaje.

Yo soy mi primer público y es a mí a quien me preocupa complacer en primer lugar. Si lo que escribo supera mi criba, entonces siento que puedo enseñárselo a otros artistas, amigos o familiares en quien confío, después al público y así es como poco a poco llega a todos ellos.

− ¿Cómo ha influido en su escritura su relación con el MCC Theater de Nueva York, del cual es dramaturgo residente?

− Es agradable tener un hogar. Sigo escribiendo mucho por mi cuenta, pero es fantástico disponer de un lugar adonde sabes que puedes enviar tu trabajo y que recibirás impresiones e ideas para un montaje. No creo que me haya hecho escribir más, pero sí que me da una sensación de seguridad, de familia, en un negocio que es nómada por naturaleza.

− ¿Es importante para usted publicar sus obras de teatro?

− Me encanta que mis obras se publiquen y pienso de veras que es importante, no desde la perspectiva de su significación histórica sino porque esa es una de las pocas vías para que la gente las descubra. Alguien lee una obra y ese mundo empieza a tomar cuerpo delante suyo (sin que importe cuánta gente la ha leído o representado antes); a partir de su lectura puede surgir una nueva representación teatral. En ocasiones, mi editor publica una versión de la obra para que esté disponible durante las funciones –a menudo usando un texto que no incorpora las últimas correcciones. Intento actualizar las obras cada vez que alguna de ellas se reedita. Uno siempre espera que valga la pena leer teatro: para asegurarse de que es así, hay que escribir buenas obras.

© Aaron Eckhart

Otros géneros

− ¿Se considera un escritor que crea principalmente obras de teatro, o bien un dramaturgo que explora otros géneros?

− Honestamente, en la actualidad me veo sólo como un escritor. Llevo mucho tiempo escribiendo para los escenarios, la gran pantalla, la televisión. Incluso para la radio, de vez en cuando. Para mí, mi trabajo es eso: mi trabajo. Empiezo a escribir una historia, sea cual sea su género. Si veo que es teatro, sigo adelante y trato de crear algo nuevo a partir de lo que tengo. Lo mismo con todo lo demás, de veras.

− ¿Cómo advierte que la historia que está inventando tiene voluntad de convertirse en una obra de teatro, un guión de cine, un relato?

− A veces lo ignoro cuando me siento a escribir, en un primer momento, y no me importa. En mi carrera cada vez es más frecuente que reciba y acepte encargos; en esos casos sé qué estoy escribiendo; pero también sigo haciéndolo por mi cuenta y este material suele surgir sin que yo sepa exactamente qué es o adónde se dirige. Esto puede llevarme a avanzar a tientas e incluso a abandonar la historia, pero cuando esta forma de escribir funciona permite que la cara misteriosa del proceso de creación sorprenda sin cesar al escritor y, por extensión, al público. Alguna vez he dicho, medio en broma, que cuando empiezo a escribir y hay dos personajes sentados ante una mesa, si se quedan allí, es teatro; si salen fuera, es una película. Aunque sea un chiste, da una medida bastante fiable del proceso.

− ¿Cómo surgió Seconds of pleasure?

− Empecé a escribir relatos cortos durante los viajes en avión; era una actividad que me hacía sentir cómodo. Surgió a partir de aquí. A la publicación de uno de los cuentos siguió la de otro, y otro, y así hasta que alguien me ofreció publicar un volumen completo. Disfruto con ello, aunque no lo hago con ninguna regularidad. No me veo escribiendo una novela, al menos por ahora.

− ¿Qué le ha supuesto explorar diversos géneros?

− Tanto escribiendo como dirigiendo he tenido suerte; he podido visitar muchos mundos ficticios nuevos y muchos géneros a la vez. Siempre sienta bien volver a la página en blanco y recomenzar (documentación e investigación, personajes nuevos, etcétera). Me siento afortunado, no sólo por poder viajar físicamente por todo el mundo gracias a mi trabajo, sino porque además puedo dejar que ese mismo trabajo me lleve a lugares nuevos y excitantes sin siquiera salir de casa. También el cine me ha ofrecido oportunidades de ese tipo y estoy encantado de trabajar en este medio.

− ¿En qué se diferencia su aproximación a la escritura de un guión que parta de un texto suyo (In the company of men, 1997; Friends & Neighbors, 1998; The shape of things, 2003) de la de otro que parta de una novela ajena (Possession, 2002; The Wicker Man, 2006)?

− Ahora que escribo guiones para otros además de los míos, hay ciertas cosas que hago cuando me han ‹‹contratado›› para escribir que no haría por mi cuenta. En parte, me ciño más a convenciones o premisas que es probable que la compañía o el estudio quieran que respete. Por mi cuenta soy libre de escribir como me dé la gana y de llevar la historia o los personajes en la dirección que me apetezca. Seguramente, el teatro siempre respetará la escritura (y concretamente las palabras) mucho más de lo que el cine lo hará jamás. Está bien, son medios muy distintos. Esto no significa que no haya películas muy locuaces y experiencias teatrales muy silenciosas, pero en general es verdad que se dice más en el escenario que en las películas. Cuando adapto una novela intento ser muy fiel al texto original, sin que me esclavice; la leo unas cuantas veces y trato de alejarme de ella para hacer mi propia versión. Hay que cortar tanto que puede doler hacerlo cuando se trata de un material que te encanta, pero sabes que así es el proceso. Me gusta esta clase de trabajo, pero puede ser doloroso.


Rasgos e intereses de su obra

− ¿Cómo se han desarrollado sus intereses temáticos y estructurales a lo largo de su evolución como autor?

− Como los de cualquiera, mis intereses han ido variando y sigo encontrando cosas nuevas sobre las que escribir. Dicho esto, creo que hay una continuidad en lo que escribo y en cómo lo escribo porque he desarrollado un estilo y ciertos elementos estructurales a los que siempre regreso. Creo haber encontrado ‹‹mi voz››, como solemos llamarla. He dejado de intentar escribir como otros y he empezado a hacerlo con mis propios pensamientos, a mi manera.

− La imposibilidad de conocer por completo a alguien es una idea recurrente en su obra.

− Es cierto; estoy bastante seguro de que pienso así. La vida exige mucha fe, y vivimos y dormimos y volamos con un montón de extraños durante la mayor parte del tiempo. Incluso a los que queremos, aquellos con quienes nos casamos o a quienes dimos la vida, les pasan por dentro tantas cosas que nunca sabremos… Una de las partes más sorprendentes, frustrantes, estimulantes de la vida es entregar toda esa confianza a los demás. Como persona me fascina, así que es probable que también acabe escribiendo sobre ello.

− A pesar de que no puedan conocerse entre sí, ¿cree que sus personajes se conocen bien a sí mismos?

− Creo que mis personajes se conocen bastante bien a sí mismos (quiénes son, qué quieren, etcétera) pero que también se engañan a ellos mismos de diversas formas, cada vez que dicen o hacen lo que sea para obtener aquello que quieren. Creo que la mayor parte del tiempo todos somos bastante conscientes de nuestro comportamiento y de nuestras acciones, pero aun así muchas veces hacemos según qué cosas para salir ganando o conseguir logros o decepcionar a otras personas o para frustrar sus intenciones.

− Sus personajes parecen gente agradable (en quien el lector confiaría, de conocerlos en la vida real). Hablan con naturalidad, pero nos descubren cosas terribles de sí mismos a medida que la obra avanza. ¿Cómo formula y dosifica la información para mantener esa aparente espontaneidad mientras sus razones se oscurecen?

− Bueno, pienso que las personas son capaces de actuar mal y que eso no siempre las convierte en malas personas. Me encanta explorar personajes que se sienten presionados, que se obligan a sí mismos, que obligan a otros… a hacer cosas (a veces horribles) que no encajan con su vida normal. Creo que, como escritor, mi tarea consiste en dar siempre a mis lectores y a mi público una experiencia distinta de cuantas hayan tenido antes; por eso, intento ampliar esas experiencias y ver hasta dónde puedo empujar a mis personajes conservando su verosimilitud.

− La gente no lleva sus pensamientos, sus experiencias o sus crímenes, escritos en la cara. Sus personajes tampoco.

− Sabemos únicamente lo que sabemos y obtenemos esa información de maneras diversas. El rostro puede ser una buena pista de cierto patrón de comportamiento, pero con la misma frecuencia es un desierto de incerteza. Me gusta la ambigüedad y me gusta escribir sobre ella. Mi escritura habita los márgenes de la vida de la gente. Lo que no se dice es tan importante como lo que se dice (cuando no lo es más).

− A menudo juega con un giro final, seguido de un giro inesperado y concluyente, rematado por un giro irrebatible que deja al lector y espectador sin respiración.

− No puedo decir mucho más… Sí, soy culpable de todos los cargos. Estos recursos me gustan como espectador o lector y disfruto usándolos como escritor. ¿Por qué no? Es divertido que te sorprendan, es sensacional que te conduzcan por un recorrido verdaderamente original. Desde luego, puede caerse en el exceso, así que hay que tener un poco de cuidado. No obstante, me gustan como mecanismo técnico y emotivo de la escritura.

− Su escritura es afilada y no le ahorra crueldad al lector o espectador. ¿Este rasgo de su obra proviene de una posición moral?

− Escribo con todas las armas que tengo; si una de ellas es esta especie de crueldad o de agudeza cortante, la uso. También escribo fragmentos muy tristes o graciosos. Siempre intento utilizar cosas de este tipo para seducir o sorprender al público. Estrictamente, no hay moralidad en la obra, no en ese sentido; no obstante, me considero alguien que tiene en cuenta la moralidad de los personajes y la propia mientras escribe. Es una inquietud activa.

− Se le ha criticado con dureza. Se le ha acusado de misantropía, de misoginia, de puro interés económico, de falta de respeto a la religión… Por otra parte, la crítica teatral y el público le han tratado bien, apreciando la calidad de sus obras. En ambos casos, ¿cómo ha encajado estas opiniones para afrontar la escritura del siguiente texto?

− No he salido mal parado en mi carrera: bastantes muestras de admiración y aprobación, y bastantes de odio y rechazo. La gente tiene opinión, es así de simple. Yo consigo decir lo que quiero en el escenario o en la pantalla y los demás reaccionan. No soy responsable de lo que digan y raramente influirá en lo que hago. Debes tener una idea clara y sólida de qué quieres conseguir, y unas buenas espaldas, ¡esto es obligatorio!


El autor

− ¿Cree que ciertos apuntes biográficos dan claves para explicar su obra?

− Siempre he tenido mis sospechas sobre la ‹‹nota del autor›› que acompaña las obras de teatro cuando éstas se publican, aunque he escrito montones de ellas. No creo que le hagan ningún daño al lector medio, ése que descubre un texto y quiere saber más, pero no estoy tan seguro de que beneficie a los críticos conocer esos datos antes de asistir a un determinado montaje. Diría que me gusta la idea de que el público venga a ver la obra sin condicionamientos, así que tengo opiniones contradictorias sobre las notas autobiográficas. En cualquier caso, dudo que un apunte o una serie de ellos puedan explicar quién es alguien.

− ¿Qué importancia tuvieron la Universidad y las lecturas de juventud en su aprendizaje de la escritura?

− Fue en la Universidad donde realmente florecí como escritor, sobre todo porque me brindó una oportunidad: había un local para las representaciones, y actores, y técnicos, y competitividad entre los compañeros. Me fue muy útil porque me empujó a trabajar, algo que creo que todos los escritores necesitamos ya que muchos tendemos a postergar sistemáticamente la escritura. En mi juventud leí muchísimo, montones de dramaturgos británicos durante los estudios, desde luego, pero también cualquier cosa que me cayese en las manos. Nunca sabes qué va a influirte (un título, un monólogo o parte de una escena, quizá sólo un personaje).

− ¿Qué trae entre manos?

− Sigo remendando Reasons to be pretty de cara a las funciones previas; debuta en Broadway en abril. Es una nueva aventura. Depende de los críticos que viva o muera, ya que no participan actores realmente famosos y sólo un sector determinado de Broadway me conoce. Si tiene éxito, será la mejor manera de que la obra sea vista y de reunir dinero para otras producciones. Si fracasa, eso es todo. Ya tuvo un éxito tremendo en Nueva York; ahora debe hacer frente a un mayor reto (también económico) en Broadway.

Trabajo en The Break of Noon en cuanto tengo ocasión. Es una obra nueva y aún no puedo hablar demasiado de ella. Trata el tema de la fe en el aspecto personal y en el público. También habla de religión, pero sobre todo se centra en los personajes.

Me estoy poniendo a punto para hacer una película, así que he estado reescribiendo el guión. He tomado notas para una obra breve o dos y he escrito algo de prosa para una nueva historia. Un poco de todo, no demasiado. En definitiva, no me puedo quejar.