'VIDA ES SUEÑO Y VIDA, SUEÑO ES VIDA Y SUEÑO'

 Un artículo de Ruth Vilar

TRAVESÍAS: ¿La vida es sueño?

 

 
 

Las raíces del tópico vita somnium se hunden en el origen de los tiempos. En las diversas culturas abundan las referencias (populares, literarias o religiosas) a la vida como ilusión, irrealidad, engaño de los sentidos, evanescencia, espejismo... Quizá porque hoy la niebla difumina el paisaje en la ventana, me siento menos tajante que otros días, y por ello menos proclive a contiendas retóricas. Hoy no desmentiré ni ratificaré lo incomprobable. Si es sueño o no la vida, yo lo ignoro, aunque es cierto que a ratos lo parece.

 

Con este ánimo casi meteorológico, más dado al fantaseo que al discurso, me pregunto: «¿Y qué clase de sueño sería éste de la vida, si lo fuese?». Porque lo que es soñar, una sueña de todo. Hay sueños indecibles y plausibles; los hay insondables y recordables; están los incendiarios, los palmarios, los gregarios y los calvarios; no acabaríamos nunca. Con un sueño avinagrado no se acaba el mundo: bien podría seguirlo un sueño muy mullido, y eso siempre conforta. En cambio, si sucede lo contrario, cuando el sueño que nos pareció mullido se revela impregnado de hiel a la luz de la mañana, el desconsuelo de la inquietante revelación perdura. La desazón se renueva cada noche, durante muchas noches, en el instante de caer rendidos.

 

Las manifestaciones de eso que entendemos por sueño son tan exuberantes, tan múltiples, tan astronómicas, que tratar de concebirlo en toda su extensión para luego reducirlo a palabras aturde. En eso es idéntico a la vida. Inabarcables y escurridizos ambos, cual ballenas que quisiéramos apresar con dos dedos. Comparten este rasgo sueño y vida, igual que lo comparten vida y río, otro tópico clásico. ¿Con qué no habremos comparado todavía la vida, en este afán nuestro de volverla inteligible? Vida laberinto y vida lucha, vida aprendizaje y vida jolgorio, vida apremiante y breve y (¡ay!) vida valle de lágrimas... 

 

Dibujo la vida como recipiente del sueño, que contiene la vida, que alberga el sueño, que... Un juego de muñecas rusas que se prolonga adentro y afuera, infinito. Quien sueña no sabe que sueña sino que cree que vive. Quien vive no sabe si vive o si en verdad sueña. Y así hasta el fin de los tiempos. Como todos los tópicos, el vita somnium surge como revelación, aportación esclarecedora al pensamiento humano, para acabar cayendo en el saco ajado de los lugares comunes. Podemos rescatarlo de ahí planteándonos un sencillo acertijo: ¿quién es el soñador y qué o quién lo soñado? Este enigma también viene de antiguo y vuelve turulata la brújula de lo convencional, desplazando nunca se sabe adónde el norte de la realidad. ¿Qué papel juega el individuo en el sueño? O, recurriendo a un último y oportuno tópico, vita theatrum: ¿qué papeles desempeñan en la obra de la vida el autor y el personaje? ¿Qué es el ser humano: autor o personaje?

 

Años atrás leí que Ana María Matute guiaba sus propios sueños. Que decidía el asunto, el desarrollo y hasta los pormenores de sus visiones oníricas. He querido recuperar la cita exacta y no lo he conseguido. Así que a lo mejor soñé que ella soñaba a voluntad. O tal vez sueño ahora, mientras escribo, y por eso no puedo acceder a la frase textual, porque se publicó en la vigilia y no aquí. Sea como fuere, existe eso que llaman sueño lúcido y que consiste en dirigir lo onírico igual que se dirige lo dramático: con una parte de determinación irrenunciable y otra de (¡qué se le va a hacer!) acomodo pragmático. Podemos soñar activa y creativamente esta vida nuestra. Hacerlo en pie y también a pierna suelta. Entregarnos sin reserva allí donde el sueño sea permeable y dócil. Si se embravece, agarrarnos al mejor asidero que hallemos, una ancla naviera o un grillo de patata. Y asentir (como se asiente a la niebla y a todo lo que será transitorio pero hoy es invariable) a los ángulos muertos. A esas zonas oscuras donde más vulnerables nos sabemos y en las que perdemos toda capacidad de intervención. ¿Qué rumbo cobrará la vida-sueño el día que decidamos embridarla y sostener con firme dulzura las riendas?

 

Cada vez más tentada de afirmar que la vida sí es sueño, porque la idea contraria me aburre, matizaría que lo es parcialmente. Que el uno se engarza en la otra: vida es sueño y vida, sueño es vida y sueño. Ninguno de los dos puede absorber al otro por completo. Ninguno anula al otro, más bien se complementan. Parcelar por aquí lo real y por allí lo posible, levantando entre ellos una verja, se me antoja un desperdicio y un absurdo. Habrá quien vea el mundo con esa excluyente nitidez. Fundamentalistas de uno u otro bando que asegurarán haber prescindido de la parte de sí que odian o temen o vaya una a saber lo qué les pasa a los fundamentalistas. Quiéranlo o no, eso mismo que creen haber abolido, la mala hierba arrancada de cuajo, les crecerá aún con más vigor en las entrañas. Y desvariarán: los partidarios del materialismo acabarán tomando el sueño por real (habida cuenta que en su mundo cuanto existe lo es y bien que sueñan); y los adeptos del onirismo confundirán con soñado lo que es cierto (la gravedad, la renta y hasta el déficit de calcio) porque todo es para ellos ilusión.

 

Poco aficionada a las mutilaciones (reales o soñadas), concluyo que no pienso renunciar ni al sueño ni a la vida. Entonces me viene a la memoria el diario de sueños de Graham Greene, Un mundo propio, que es quizá la autobiografía más honesta. Y en mis sueños Graham Greene es Graham Bell, es los dos al mismo tiempo, y me llama por teléfono desde un prototipo de cabina en una esquina brumosa de su mundo onírico, y su voz cruza la verja entre lo real y lo posible para advertirme en inglés de que he olvidado escribir algo importante: «La vida es también muerte, como lo es el sueño».