"EL VERBO INFANCIA", POR RUTH VILAR

Un artículo de Ruth Vilar




TRAVESÍAS: La infancia





La infancia es un verbo y se conjuga en primera persona del singular del presente de indicativo. A la vez contiene la segunda persona y la tercera. Muchos plurales. El pretérito pluscuamperfecto y los futuros impredecibles. Un hipotético subjuntivo y ese condicional siempre cargado de cláusulas.

Infancio la capacidad de contemplar, maravillarme y aprender.

Infanciaste ese entusiasmo mágico que te impulsa como un muelle ascendente.

Infanciará un sonrojo instantáneo cuando muchos ojos la miren de golpe.

Hemos infanciado confianza en que la esperanza acierta y el desconsuelo, el chaparrón y las paperas se pasan.

¡Ojalá infanciéis vuestro anhelo de cobijo en mitad del temporal!

Infanciarían visiones fantásticas previas a los sueños, inexplicables carcajadas súbitas y la querencia por algunos lugares que huelen a jazmín.



No se extingue con la edad la infancia. Deja un poso denso de tesoros o bien de cadáveres. Queda en nosotros bajo la forma de despensa repleta de manjares del alma que nos nutrirá durante el resto de la vida. O bajo la de un agujero negrísimo que se abrirá a los pies de cuanto construyamos y lo devorará.

Sea como sea, ¿a qué fin nos recocemos los adultos en la nostalgia y en las lamentaciones de la propia infancia perdida? Fue lo que fue. Duró lo que duró. Cumplió su maravillosamente terrible cometido. Aún late en quienes somos eso que fuimos. ¿Qué sentido tiene entonces emperrarnos en colmar a través de los niños nuestros viejos anhelos frustrados? ¿A cuento de qué este afán de ajustar cuentas en ellos con aquello de lo que carecimos o que nos sobró? ¿No vamos a detenernos a mirar qué les hace falta en realidad, aquí y ahora? Sentenciamos: "Jamás consentiré que mis pequeños pasen por lo mismo que a mí me dolió". Y alejándolos concienzudamente del fuego, los arrojamos a las brasas y los rebozamos en ellas. ¡Pobres criaturas, ahítas de abundacia obligatoria y amenazadas cual bebé salomónico por nuestras extravagantes ideas de reparación!



Cada infancia es minúscula e inmensa, la concreción real del sinnúmero de infancias potenciales. Y cada infancia que habita la tierra es también nuestra porque en cada una de ellas tenemos parte. Por acción u omisión, por pura existencia, las determinamos y las transformamos.

Por un lado, embutimos y alhajamos a los infantitos que la ola de la vida nos trajo y que por cercanía consideramos nuestros. Por otro, nos desentendemos de la suerte de los demás chavales, que son absolutamente todos menos estos pocos. Si tuviéramos la más mínima noción de la igualdad comprenderíamos que tanta atención necesitan los próximos como los lejanos, y que tantos desvelos merecen esos como este que arrullamos. Advertiríamos cuán grave es nuestro error al considerar que hay adultos-propietarios-de-niños y que a ellos podemos atribuirles en exclusiva el cuidado de la infancia. Cuando concedemos el deber y el derecho de velar por el crecimiento protegido, sano, alegre y justo de cada criatura sólo a algunos adultos, estamos escurriendo el bulto de lo que en realidad es una responsabilidad compartida y común de la humanidad. Cada grito que ponemos en el cielo por el maltrato y el abuso y el hambre y la explotación que se ceban en la carne de los niños es gesto vacuo. Que tengan ya esa infancia que les pertenece requiere que mujeres y hombres como nosotros ejerzamos nuestra adultez. El resto no es más que negligencia y rapiña.



Este mundo torcido donde se reza a diario al provecho, a la oferta y la demanda, a la prisa, asfixia las infancias saludablemente humanas. Intoxica a los unos por exceso, a los otros los exprime por defecto. Pero niñas y niños no son semillas ni proyectos de persona, sino seres humanos completos que atraviesan una fase de su vida. Excluyéndolos de la realidad, escondiendo a los nuestros en su burbujita y condenando al resto al lodazal, ahondamos más aún la injusticia social. Demasiadas infancias perecen sin haber podido ser eso que son. Un teatro infantil pusilánime que les mienta a los niños sobre su propia infancia, pintándola de rosa y colgándole sonajas, será entretenimiento venenoso, frustrante desconcierto o anestesia que no cura nada.