"La casa de la fuerza" de Angélica Liddell



La casa de la fuerza / Te haré invencible con mi derrota / Anfaegtelse 
Angélica Liddell

La uÑa RoTa, 2011. 144 págs.


La compañía Atra Bilis estrenó «La casa de la fuerza» en La caja mágica del Teatro de La Laboral, en Gijón, el 16 de octubre del 2009. El monumental espectáculo –con una duración de cuatro horas, más cuarenta minutos repartidos en dos descansos–, había sido escrito y dirigido por Angélica Liddell , quien también formaba parte del elenco. El montaje, que cosechó excelentes críticas en el Festival de Otoño de Madrid o en el Festival de Aviñón, continúa decididamente vivo: se representará en marzo en el Théâtre de l'Odéon de París, en abril en Le Maillon de Estrasburgo y en junio en el Festwochen de Viena.


«La casa de la fuerza»

A pesar de que durante las representaciones de «La falsa suicida», allá por el 2000, Atra Bilis se definía como compañía dedicada a la expresión teatral «fuera de los intereses comerciales», lo cierto es que desde entonces su teatro ha captado naturalmente la atención de los mayores centros de creación y exhibición teatral, así como la de los más prestigiosos festivales. Para que Angélica González, actriz y licenciada en psicología, se haya convertido por completo en Angélica Liddell, dramaturga-directora-actriz, mujer de teatro total, «monstruo escénico» –en palabras de Haro Tecglen– han hecho falta años de desarrollo de una voz propia, cabreada y conmovedora, quebrada e intensa. La fundación de Atra Bilis junto a Gumersindo Puche, en 1993, constituye probablemente la piedra fundamental de su extraordinaria progresión autoral y escénica.

La uÑa RoTa, fiel a su infatigable labor de dar presencia física e impresa a obras inencontrables o inexplicablemente inéditas, sin límites de género –literario– ni prejuicios sobre su autor –vivo o muerto, novel o consagrado–, publicó en octubre del 2011 La casa de la fuerza de Angélica Liddell. La pieza entona un canto agónico y desgarrado por los débiles: habla, sí, de hombres y mujeres, de la violencia ejercida impunemente en nombre del amor, de la aniquilación consentida, de la impotencia para defenderse. Pero no se lee como un manifiesto feminista sino como una desesperada Internacional contra los fuertes sin conciencia, sin decencia, sin coto ni control. La autora escribe: «LA FUERZA DEBERÍA SER HUMILDE ANTE LA INJUSTICIA»; y precisamente de eso se trata, de que debería ser humilde pero no lo es. Ante el sufrimiento que los fuertes les infligen, a los débiles no les queda más que resignarse o revolverse, y realmente todo el mundo parece haberse conjurado para que semejante disyuntiva acorralada se presente como una posibilidad de elección libre. Privados de libertad para evitar que los hieran, que los vejen, que los agredan, que los violen, que los mutilen, que los maten, pueden elegir cómo se lo toman.

Cierto que los débiles de «La casa de la fuerza» son mujeres. Su debilidad es humana e insalvable –¿quién no es débil comparado con otro más indiferente, mejor protegido o armado, decidido a arramblar con cuanto encuentre a su paso?–. Sus enemigos no son los hombres, aunque a las protagonistas les entren ganas a ratos de odiarlos en masa, sino la fuerza desmesurada y consciente de sí misma que algunos hombres despliegan sobre ellas a placer. Liddell nos deslumbra con un fogonazo de dolor y lucidez: muestra cómo los padecimientos particulares y las injusticias cotidianas constituyen el germen de los crímenes en masa. Lacerante y poética, transita los inútiles caminos del fortalecimiento y acaba abogando por la debilitación humana como vía necesaria para la convivencia.

Completan el volumen las piezas breves Anfaegtelse y Te haré invencible con mi derrota –estrenadas respectivamente en el 2008 y el 2009–. Una vez  más, Liddell explora en ellas el amor, la angustia, la impotencia, la oposición a Dios… Óscar Cornago cierra el libro con «Anotaciones al margen», evocador epílogo sobre la escritura dramática de la autora y sobre su inacabable lucha –que es la de todo artista– por llevar al escenario y al papel, sin paños calientes, la vida.